Sunday, October 14, 2007

El pronóstico del tiempo para mañana indica...

tic... tac...

tic... tac...

tic... tac...

tic... tac...

Monday, September 17, 2007

Tic... Tac...




Esperame un minuto.

En cinco minutos estoy.

Dame diez minutos.

Calculale una hora.

Sólo una semana?

Primera quincena.

Segunda quincena.

El mes que viene.

Terminó el bimestre.

Comenzó el trimestre.

Semestre.

Feliz año nuevo.

Feliz cumpleaños.

El crédito a treinta años.

Bodas de diamante.


La selección nacional de baloncesto de España perdió.

Por un segundo.

Saturday, July 14, 2007


Gracias.
Gracias por estar.
Por aparecer.
Por jugar.
Por venir.
Por planchar.
Por hablar.
Por mirar.
Por sentir.
Por transmitir.
Por cocinar.
Por desvestir.
Por compartir.
Por dar.
Por confiar.
Por merecer.
Por pelear.
Por madrugar.
Por besar.
Por extender.
Por entender.
Por dudar.
Por pintar.
Por mudar.
Por transpirar.
Por luchar.
Por escuchar.
Por apoyar.
Por disentir.
Por acompañar.
Pero,
por sobre todo,
Gracias por amar.
Me.

Saturday, March 17, 2007

Repartido.


Soy todo y soy parte.


Parte de mí y parte de ti.


Y como parte de un todo,


soy todo una parte.


Y como parte, soy partido.


Y como partido, soy parte de una parte.
Entonces soy todo de una parte,

Y como tal, parte del todo.

Entonces soy todo.

Aunque sea una parte.

Saturday, February 10, 2007


¿Quién nos entiende...?

Thursday, February 01, 2007

plop... plop...




A veces

la vida

me agota.

Agota.

Agota.

Agota.

Agota.

A gota.

A gota.

A gota.

A gota.

A gota...

Wednesday, January 17, 2007

A mi inolvidable "Taco".

Tenía el alma beige,

y desmayaba a Schubert en el piano.

Tenía en cada mano

dos trágicas canastas,

llenas de abulia e histerismo,

paralítico exorcismo de la niña,

que deglutió su propia sombra,

al verla dormida en una alfombra.

Amor.

Horror, del quinto paralelo al ecuador.

Amor.

Horror de abradacabra.

La niña se comió su propia sombra,

y no dijo una palabra.

Tuesday, January 16, 2007

Anatomía de mis cuarenta. Y tantos.


Y pum, pasaron los cuarenta. Soy un hombre. Que todavía estoy metabolizando qué es eso. Soy grande. Que aún tampoco tengo demasiado claro qué es. Tengo canas. Que me parece que es una cuestión del pigmento, o algo así... Tengo hijos grandes. Y ellos no se dan cuenta de lo que han envejecido. Tengo una esposa de fierro. Pero no se oxida nunca. Siempre brilla. Aun en días nublados.
Tengo una amante. La conocí viviendo. Se llama madurez. Es perversamente bella. Y desalmada a veces. Mi mujer lo sabe sin saberlo. Pero ella no sabe que yo sé que me engaña con su madurez. No obstante, creo que hacemos un cuarteto perfecto.
Y, decía, pasaron los cuarenta. El gran día llegó. No sé cómo ni cuándo. Pero llegó. Irrefrenable. Me dieron el gran premio en un acto multitudinario, al que no acudió nadie. Excepto yo, claro, en mitad de una multitud demasiado silenciosa. Alcé hacia lo más alto que pude ese gran icono. Ese trofeo que se me concedía en reconocimiento a absolutamente nada. El que me confería el título de maduro. Un cuarentón. Con buena estampa, eso sí, lo digo sin humildad. Nunca creí en la humildad.
Me recibí de adulto. Con cierta libertad. A veces otorgada. Otras robada. Hice los deberes. Me preocupé por y para /? el futuro. Me esforcé. Luché. En una guerra entre los mandatos y los deseos. Para poder llegar a la cima del subsuelo, respirando profundo y llenado los falsos pulmones de narcóticas verdades. De dionisíacos éxitos.
He estudiado. Me he casado. Por primera vez. Por supuesto, he tenido hijos. La parejita. Y divorciado, como las últimas décadas mandan.
Y me he vuelto a casar. Como el amor manda.
Y si hay algo bueno de la madurez es que todo mejora. Eso sí, el proceso sólo se mantiene hasta la llegada de la vejez. Pero esto me lo contaron, yo todavía no lo viví. Decía que todo mejora. Uno maneja mejor el ecualizador, la energía. Aprende a ahorrar para despilfarrar. Uno ha hecho una fortuna de experiencia, y es como si viviera de la renta de ésta.
Por un lado siento que tengo más respuestas. Pero a su vez, y más que antes, me crecen las preguntas como enredaderas. Me he endurecido. Pero, por otro lado, ahora lloro más, me emociono con cosas más simples. Es como haber encontrado la firmeza en lo blando. Como que todo lo que creía antes que me hacía crecer, se desvaneció, y en ese pasaje me hizo crecer.
Hace años, era más rígido, menos me atemorizaban los desafíos. Y, sin embargo, es ahora, de maduro, cuando más tejo desafíos, sin esperarlos. Hoy soy más inseguro de mi seguridad, con absoluta seguridad. Me pregunto más, hablo menos. Más me entiendo y desentiendo a la vez, sin culparme. Más entiendo y desentiendo a la vez, sin culparla/las/lo/los. Acepto más al otro como otro.
Mi cuerpo todavía me responde. Eso sí, hemos logrado, él y yo, desarrollar una comunicación mucho más eficiente. El me dice muy rápidamente qué es lo que le ocurre. Y yo no lo presiono. Hemos conseguido alimentarnos mutuamente. Cuidarnos. El uno por el otro. Mis funciones han alcanzado un grado preciso de desarrollo, mezcla de experiencias y reacciones que éstas han provocado, casi gimnásticamente. Ahora mis ojos funcionan mejor. Uso gafas. Pero ahora puedo mirar y ver a la vez. Mi nariz se ha agudizado, y crecido un poquito, ahora no sólo siento olores sino que percibo matices y fragancias.
Mi boca, uhhh! Mi boca. Creo que es de las partes de mi cuerpo la que más orgullo me provoca.
Fue mi primer contacto, serio, con el mundo. Un mundo que se presentó como succionante entre teta y trapos. Con ella he descubierto la inmensidad de los sentidos.
He conocido lo dulce, lo salado, lo celeste, lo nutritivo y el látex. Y el agrio espesor de las lágrimas que se tragan.
Me ha instrumentado el habla. Con la palabra buena y la palabra mala. Y me ha enseñado los sabores de los malos sabores.
Me ha mostrado el cielo y lo fresco. La tormenta y el lago. El más exquisito placer. Todos los sentidos en uno. En un debate sin debate. Mi boca ha sido caverna de cavernas. Humedad de humedades. De cielos y delfines. De fiestas y sequedadades. Ha sido ministra de relaciones exteriores.
En connivencia con el ministerio de asuntos internos.
Mi boca, un agujero entre dos mundos. Que me conecta. Que me enseña a callar sin dejar de decir, en el más puro valor de silencio, quizá el grito más desgarrador. Y la maldición que siempre hereda amargamente su vecina de abajo, la garganta.
He perdido pelo, pero puedo decir que “peino algunas canas”. No muchas. Parece ser que cuando aparecen es porque se aclara la cabeza. No sé, dicen cada cosa...
Mis pulmones han logrado descifrar el código aéreo de la sobrevivencia. Asociado perfecta y generosamente a mis sistemas nervioso y cardiovascular.
Mi piel todavía es firme. Y las arrugas todavía pasan de mí. Sí se me han dibujado, rocosamente, un par de hendiduras, una en cada lado de la cara.
Mi estómago ha sido catedral y panteón. Ha disfrutado de lo más excelso y de lo más mezquino. Y ha sido honesto, muy honesto. Nunca se ha quedado con ganas de decir abuso, excepto, en ocasiones, por alguna pena.
Mis piernas son musculosas, con la robusta fortaleza de un hombre caminado de más de cuarenta. Han transitado y han hecho caminos. Muchos. Han subido y han bajado. Han soportado. Compañeras protagónicas de la fuga y el salto. Columnas. Sostén de aguante y de mi voluntad. Casi siempre fieles y protagónicas en mis pasos. Buenos y malos. Seguros e inseguros. Ciertos y no tanto. Terminadas en gemelos muy diferentes, izquierdo y derecho, quienes saben afrontar, con discreción y silencio, el dolor siempre actual del paso del tiempo, llevándome, como fieles caballos, de regreso a casa.
No puedo dejar de mencionar a todo un equipo, la espalda, los brazos, mis manos, a quienes con justicia les debo un capítulo aparte, hombros, cuello, nalgas..
Y, por supuesto, a mi pene. Zángano de zánganos, gusano del descubriendo y lo subterráneo, portador de culpas y envidias, detector de cambios. Niño mimado, de cabeza loca y cuerpo atlético. Amante silencioso de mis manos. Intruso de oscuridades e iluminador de rostros. Pirata de hermosos mares y océanos. A él un aplauso especial.
Este es el cuerpo del no delito. Hasta aquí he llegado.
A este monumental punto de partida.

Monday, January 15, 2007

Concierto de Adolfo Delgado

He sentido cómo la matemática de ciertos sonidos se convierte en sentimiento.
He sido testido de cómo las culturas hacen el amor, formando un todo difícil de diferenciar, y aun así diferente.
Hablar de la música de Adolfo, es hablar de historias de razas, de muchas voces entremezcladas.
He visto cómo unas manos a un generoso piano, pueden hablar tantos sonidos, desde la armonía de un discurso infracturable.
He oído la Torre de Babel de la comprensión.
Me desgarraron los gritos de un saxo insatisfecho, buscando y buscando sentirse mejor, y decir lo que necesita decir.
He vibrado por un bajo viril, lleno de profundidad, volando por la superficie de lo ventral.
Y he vivido muriendo, al sentirme inundado por los platos y parches de un arreglo tan redondo como el mundo.
Hablar de la música de Adolfo, es observar una flama que sólo quema a unos elegidos. Aquellos que viven, casi sin nacer. Porque viviendo es como nacen en cada nota, en cada acorde.
Parece ser que los músicos, cual árboles, crecen hacia el norte, pero sus raíces se mantienen en el sur.
Disfruté, escondidamente, la necesidad de no definir. De sólo sentir.Cómo alguien puede osar tratar de entender, si sólo sintiendo se entiende.
Podría hablar de jazz. Sería poco. Podría hablar de flamenco, sería quizá más cercano, pero bastante lejos de un horizonte comprensible sólo por la ortodoxia del corazón.
Podría hablar de tango, pero el maestro Astor me llamaría la atención, con cierto grado, sí, de contemplación y agrado.
Cómo hablar de la música de Adolfo, sin adentrase en un laberinto de sangres y de razas. De mixturas y texturas. De vértigo. De búsqueda. Una cualidad de algunos pocos en el hacer y el de muchos padecer.
He sido cómplice lejano. Y sin embargo, su música me atrapó en un universo de figuras sin miedos.
He sentido, desde el placentero dolor, cómo el tango, mi tango ancestral y codificado, me confesó, susurrante, su pequeña envidia.
Gracias, Adolfo, por tu alma.

www.adolfodelgado.com

Sunday, January 14, 2007

Los que vivimos lejos.

(mensaje de fin de año, 2006)

Los que vivimos lejos, no somos lejanos.
Somos gente que aprendemos, en condición de verdad dura, a estar más cerca. También somos conscientes de que hacemos aprender a otros, que están cerca, a saber también de qué se trata esa lejanía. Asumimos la responsabilidad.
Nos manejamos en el mundo como si estuviéramos seguros de dónde estamos. Pero, a fuerza de ser honestos, a veces no es cierto. No lo sabemos. Y, lo que es peor, muchas veces tampoco sabemos por qué. Pero por algún misterio seguimos ese camino tan estrecho, proporcionalmente inverso a las distancias que generamos.
Sabiendo que es muy fácil doblegar la situación, se vuelve y ya está.
Pero no, no volvemos.
Los que vivimos lejos, hacemos gimnasia todos los días. Esa gimnasia que nos mantiene fuertes y activos de corazón. De alma. Todos y cada uno de los días que componen e hilan esas distancias, se plenan de proyectos “curitas”. Para diminutas (y no tan diminutas) heridas que llenan nuestra emocional dermis, como calcomanías en nuestras maletas mentales, en muchas fotos, en imanes en nuestras heladeras. O en mates imaginarios, compartidos con los que están cerca, cerca del afecto.
Los que vivimos lejos nos doctoramos en la falta. Nos dedicamos a vivir como alfareros que con sus manos moldean el destino, sin olores ni códigos reconocibles.
Arrastramos el protagonismo de haber obligado a otros, a los que nos quieren, a también vivir lejos.
Lejos de nosotros.
Pero la ironía también cobra relevancia, cuando nos hace entender que muchas veces necesitamos estar lejos, para verdaderamente sentirnos cerca. Qué lástima.
Los que estamos lejos, y dada la proximidad (qué paradoja) de las fechas, les deseamos todo lo mejor para sus corazones y almas.
Desde muy cerca.

Thursday, January 04, 2007

Por qué lo inteligente tiene tan poca gente...?

Senén dijo...

Seguramente porque no hay gente vigente ni surgente que sea convergente con ellos mismos.Hubo un regente, casi dirigente que por ser emergente se volvió divergente y opto por la tangente.Ante semejante cuestionamiento, ningún agente, ni el más refulgente ni el más exigente, sería indulgente en reconocerse superado, terminando por ser intransigente del saber.Tal vez un indigente sería el diligente que pueda con tu pregunta...

Tuesday, January 02, 2007

Moriré. Pero el blog quedará.

Querido Agustín:

(carta de junio de 2004)

Hace 20 años, me inundaba un nerviosismo jamás vivido hasta ese momento.
Una mezcla rara entre miedo y euforia.

Con tu madre habíamos vivido muchos cambios. Por ejemplo de ciudad. Nos habíamos mudado de Buenos Aires a Bahía Blanca. Me apuré a pintar el departamento de Villarino. Tanto, que lo pinté íntegro en un solo día.
Me acuerdo que teníamos poca guita y, como dicen que los bebés vienen con un pan debajo del brazo, recibí una beca del consulado español que había pedido hacía un año atrás. Mirá vos...
Hace 20 años la historia de mi vida cambió para siempre.

La gran paradoja es que una vida cambia la historia de otra vida y así continuamente... Todavía no entiendo algunas cosas. Pero a esta altura no me preocupa. Lo que sí sé es que hace 20 años nacías. Te vi nacer. Vi cuando salías del cuerpo de tu madre.
Fui parte de tu nacimiento, gracias al destino que me dejó hacerlo.
Hace 20 años el universo me mostró su poder, su magia... Me mostró el misterio de la vida. Y me pidió que no tratara de entenderlo, que no hacía falta. Que lo más importante de ese acto era una vida, que tendrá impacto en otras vidas... como en ese momento en la mía propia.
Querido hijo, gracias.

Por haberme enseñado lo más perfecto y lo más hermoso que alguien puede vivir.
Ser padre de una persona como vos.
Feliz cumpleaños. Te amo.
Papá.

hoy es mi cumpleaños.

Hoy es mi cumpleaños.
Y no, no estoy feliz. No sé bien por qué. O quizá sí. La cuestión es que descubro en esta fecha, “tan feliz”, una serie de controversias difíciles, para mí, de metabolizar.
Sinceramente, no sé el origen de esta sensación. Mitad felicidad, mitad conflicto.
Será que cada año renovamos sin querer ese traumático paso de lo calentito, de la seguridad uterina, de nueve meses de ocio biológico, del no preocuparnos por nada, por ese mágico momento, primero en nuestras vidas, en que nos echan, nos despiden, nos sacan tarjeta roja, de semejante Edén... Nacemos.
También me surgen cuestionamientos. Por ejemplo, el festejo de nuestro primer cumpleaños. Por supuesto, no me acuerdo. Pero hoy puedo ver a la distancia, que es el primer acto de ideologización por parte de los adultos que nos rodean. Creo que es la primera gran mentira a la que nos vemos expuestos sin ningún tipo de defensa. Cumplimos un añito, y nos quieren hacer creer que es para festejar. Ya, en ese preciso momento, nos cagaron. Es como querer convencernos de que estaba bien habernos desalojado del mejor lugar que hasta ese momento estuvimos. Sin pagar alquiler, sin compartir piso, sin lavar ropa o platos, sin olores a pieza mixturados con razas.
Es la primera vez que, con tortita y velita, nos venden una hipócrita ilusión. No puedo dejar de pensar en esa película que vi hace un montón de años, y que me dejó la cabeza como un tambor, un “tambor de hojalata”.
Luego vendrán otras ilusiones, del mismo modo destruidas bajo el concepto de que la vida es así. Papá Noe no trae regalos. Los Reyes son los padres. El amor no es para siempre. Los amigos traicionan en su condición de humanos perfectamente imperfecto. Los padres no tienen todas las respuestas, y mucho menos van a poder respaldarnos de por vida.
Creo que ya es hora de ser un poco más honestos. Con seguridad, dolorosamente honestos. Hace mucho tiempo aprendí un concepto que no sólo desmoronó las pocas respuestas que hasta ese momento tenía, sino que me acomodó la cabeza como una trompada: “No importa si es buena o mala, la información debe ser cierta”.
Este concepto no se adaptaba a nada por mí conocido. Era mejor la más maquillada mentira, que cualquier verdad por más blanda que fuera.
Y así comenzamos a ilusionarnos y desilusionarnos, con la velocidad de la vida, forzosamente convencidos de que la vida es eso, el desilusionarnos constantemente.
Propongo, entonces, diseñar de nuevo. Asumir responsabilidades. Ser más generosos. No hace falta mentir para descubrir verdades.
Veo en estas fiestas, la cúspide de nuestra estupidez cultural. Llena de luces y comidas. Gente desenfrenada comprando el maquillaje perfecto (perfecto?), para seguir encubriéndonos, en nuestra infancia, lo infame de esa mentira original. Atragantándonos con juguetes, ruidos y plástico.
Estoy seguro de que podemos hacer otra ingeniería. Otra manera menos traumática de crecer y multiplicarnos. De esta manera no haría falta descubrir la teatral mentira de los Santas y Reyes, si no las transmitiéramos de esa forma tan desalmada. Somos nosotros, lo adultos, los que necesitamos creer por esa herencia que a nosotros también nos inculcaron. Arbolitos, regalos, fantasías sin alma.
Tomemos la responsabilidad histórica de terminar con todo eso y comenzar otros caminos, menos dolorosos y más firmes. No hace falta hablarle a un crío como si fuera un idiota, porque seguramente será un adulto que necesite de por vida que le hablen como un idiota. No hace falta que nos golpeemos con esos descubrimientos tan duros, en pos de nuestro hacernos grandes. Podemos festejar, podemos ilusionarnos, podemos tener magia en nuestros ojos. Podemos sentirnos estimulados por colores y fuegos de artificio. Podemos compartir con amigos, con familias, con conocidos o desconocidos, las ganas de que el futuro sea mejor. Pero desde la propia seguridad y confianza que dependerá de nosotros. Y que este principio sea tan o más potente que cualquier fantasía mercantilista. Podemos portarnos bien o mal, a elección, sin temor a ese vacío que genera estar solos en estas fechas. Sin tener que brindar por estas fechas. Sin tener que comer una vez al año lo que consideramos el menú ideal.
Hoy es mi cumpleaños. Nací el dos de enero. Después de las fiestas. Unas fiestas que pasé con mi compañera, con amigos y austeridad. Sentí la cercanía de los que tenía cerca. Pero también sentí la lejanía de los que tenía lejos. Y todo por estas fechas. Por que nos han condicionado a preestablecer lo que se siente en la última porción de un diciembre, caluroso o frío, pero de igual atermia de contenido real.
Esta mañana, dos de enero, mi mujer, mi compañera de ruta de esta vida, me miró con ojos especiales, me abrazó y me dijo “feliz cumpleaños”.
Y no es por contradecirla, ni por contradecir a nadie, ni a la cultura, ni a las crianzas, ni a los preceptos. Pero confieso, que este día, mi cumpleaños, es el menos feliz de todo el año.
Pero no importa, me quedan otros 364 más.