Tuesday, January 16, 2007

Anatomía de mis cuarenta. Y tantos.


Y pum, pasaron los cuarenta. Soy un hombre. Que todavía estoy metabolizando qué es eso. Soy grande. Que aún tampoco tengo demasiado claro qué es. Tengo canas. Que me parece que es una cuestión del pigmento, o algo así... Tengo hijos grandes. Y ellos no se dan cuenta de lo que han envejecido. Tengo una esposa de fierro. Pero no se oxida nunca. Siempre brilla. Aun en días nublados.
Tengo una amante. La conocí viviendo. Se llama madurez. Es perversamente bella. Y desalmada a veces. Mi mujer lo sabe sin saberlo. Pero ella no sabe que yo sé que me engaña con su madurez. No obstante, creo que hacemos un cuarteto perfecto.
Y, decía, pasaron los cuarenta. El gran día llegó. No sé cómo ni cuándo. Pero llegó. Irrefrenable. Me dieron el gran premio en un acto multitudinario, al que no acudió nadie. Excepto yo, claro, en mitad de una multitud demasiado silenciosa. Alcé hacia lo más alto que pude ese gran icono. Ese trofeo que se me concedía en reconocimiento a absolutamente nada. El que me confería el título de maduro. Un cuarentón. Con buena estampa, eso sí, lo digo sin humildad. Nunca creí en la humildad.
Me recibí de adulto. Con cierta libertad. A veces otorgada. Otras robada. Hice los deberes. Me preocupé por y para /? el futuro. Me esforcé. Luché. En una guerra entre los mandatos y los deseos. Para poder llegar a la cima del subsuelo, respirando profundo y llenado los falsos pulmones de narcóticas verdades. De dionisíacos éxitos.
He estudiado. Me he casado. Por primera vez. Por supuesto, he tenido hijos. La parejita. Y divorciado, como las últimas décadas mandan.
Y me he vuelto a casar. Como el amor manda.
Y si hay algo bueno de la madurez es que todo mejora. Eso sí, el proceso sólo se mantiene hasta la llegada de la vejez. Pero esto me lo contaron, yo todavía no lo viví. Decía que todo mejora. Uno maneja mejor el ecualizador, la energía. Aprende a ahorrar para despilfarrar. Uno ha hecho una fortuna de experiencia, y es como si viviera de la renta de ésta.
Por un lado siento que tengo más respuestas. Pero a su vez, y más que antes, me crecen las preguntas como enredaderas. Me he endurecido. Pero, por otro lado, ahora lloro más, me emociono con cosas más simples. Es como haber encontrado la firmeza en lo blando. Como que todo lo que creía antes que me hacía crecer, se desvaneció, y en ese pasaje me hizo crecer.
Hace años, era más rígido, menos me atemorizaban los desafíos. Y, sin embargo, es ahora, de maduro, cuando más tejo desafíos, sin esperarlos. Hoy soy más inseguro de mi seguridad, con absoluta seguridad. Me pregunto más, hablo menos. Más me entiendo y desentiendo a la vez, sin culparme. Más entiendo y desentiendo a la vez, sin culparla/las/lo/los. Acepto más al otro como otro.
Mi cuerpo todavía me responde. Eso sí, hemos logrado, él y yo, desarrollar una comunicación mucho más eficiente. El me dice muy rápidamente qué es lo que le ocurre. Y yo no lo presiono. Hemos conseguido alimentarnos mutuamente. Cuidarnos. El uno por el otro. Mis funciones han alcanzado un grado preciso de desarrollo, mezcla de experiencias y reacciones que éstas han provocado, casi gimnásticamente. Ahora mis ojos funcionan mejor. Uso gafas. Pero ahora puedo mirar y ver a la vez. Mi nariz se ha agudizado, y crecido un poquito, ahora no sólo siento olores sino que percibo matices y fragancias.
Mi boca, uhhh! Mi boca. Creo que es de las partes de mi cuerpo la que más orgullo me provoca.
Fue mi primer contacto, serio, con el mundo. Un mundo que se presentó como succionante entre teta y trapos. Con ella he descubierto la inmensidad de los sentidos.
He conocido lo dulce, lo salado, lo celeste, lo nutritivo y el látex. Y el agrio espesor de las lágrimas que se tragan.
Me ha instrumentado el habla. Con la palabra buena y la palabra mala. Y me ha enseñado los sabores de los malos sabores.
Me ha mostrado el cielo y lo fresco. La tormenta y el lago. El más exquisito placer. Todos los sentidos en uno. En un debate sin debate. Mi boca ha sido caverna de cavernas. Humedad de humedades. De cielos y delfines. De fiestas y sequedadades. Ha sido ministra de relaciones exteriores.
En connivencia con el ministerio de asuntos internos.
Mi boca, un agujero entre dos mundos. Que me conecta. Que me enseña a callar sin dejar de decir, en el más puro valor de silencio, quizá el grito más desgarrador. Y la maldición que siempre hereda amargamente su vecina de abajo, la garganta.
He perdido pelo, pero puedo decir que “peino algunas canas”. No muchas. Parece ser que cuando aparecen es porque se aclara la cabeza. No sé, dicen cada cosa...
Mis pulmones han logrado descifrar el código aéreo de la sobrevivencia. Asociado perfecta y generosamente a mis sistemas nervioso y cardiovascular.
Mi piel todavía es firme. Y las arrugas todavía pasan de mí. Sí se me han dibujado, rocosamente, un par de hendiduras, una en cada lado de la cara.
Mi estómago ha sido catedral y panteón. Ha disfrutado de lo más excelso y de lo más mezquino. Y ha sido honesto, muy honesto. Nunca se ha quedado con ganas de decir abuso, excepto, en ocasiones, por alguna pena.
Mis piernas son musculosas, con la robusta fortaleza de un hombre caminado de más de cuarenta. Han transitado y han hecho caminos. Muchos. Han subido y han bajado. Han soportado. Compañeras protagónicas de la fuga y el salto. Columnas. Sostén de aguante y de mi voluntad. Casi siempre fieles y protagónicas en mis pasos. Buenos y malos. Seguros e inseguros. Ciertos y no tanto. Terminadas en gemelos muy diferentes, izquierdo y derecho, quienes saben afrontar, con discreción y silencio, el dolor siempre actual del paso del tiempo, llevándome, como fieles caballos, de regreso a casa.
No puedo dejar de mencionar a todo un equipo, la espalda, los brazos, mis manos, a quienes con justicia les debo un capítulo aparte, hombros, cuello, nalgas..
Y, por supuesto, a mi pene. Zángano de zánganos, gusano del descubriendo y lo subterráneo, portador de culpas y envidias, detector de cambios. Niño mimado, de cabeza loca y cuerpo atlético. Amante silencioso de mis manos. Intruso de oscuridades e iluminador de rostros. Pirata de hermosos mares y océanos. A él un aplauso especial.
Este es el cuerpo del no delito. Hasta aquí he llegado.
A este monumental punto de partida.

4 comments:

El detective amaestrado said...

Vaya currículum, envidiable para muchos.

recuerdos said...

La madurez es la plenitud de la vida. La sazón de la misma. Si una fruta no es tomada a tiempo en en el punto exacto de su madurez, el próximo paso es la podredumbre.
Aprovecha tu excelente estado para conseguir una vejez sabia y llena de satisfacción de haberla conseguido. Es la parte más larga de la vida.

Anonymous said...

Impresionante el relato

Gracias

Leandra said...

Felicitaciones por tan hermosa crónica, y por vivir intensamente. Te leo.